Capítulo 2


Jueves, 28 de julio del año 2011

Aprovecho ahora, que Zoey está dormida (sí, me ha dicho su nombre) para escribir lo que me ha ocurrido hoy. Son las 00:30 de la madrugada.

Cuando aquella chica (es decir, Zoey) llegó, debían de ser las cinco y media.

Ah, sí, se me olvidaba. Antes de continuar, debería hacerte saber, querido diario, alguna que otra curiosidad sobre los zombies que bien podrían salvar vidas en el futuro:

1-. Los zombis son lentos. No es que vayan despacio. No, no es eso. Es que son lentos con ganas. Pero tampoco es culpa suya (no es nada fácil moverse cuando el 90% de tu cuerpo está muerto del todo, ¿no crees?). Y si te falta alguna pierna o brazo, ya ni te cuento.

2-. Los zombis no distinguen un carrito de la compra de un ser humano, a no ser que éste sea lo suficientemente imbécil como para ponerse justo delante suyo.

3-. En conclusión: los zombis son la viva (o muerta, según se mire)imagen de la idiotez.

Estas tres normas son básicas. Son fruto de mis estudios sobre los zombies y su comportamiento, y de mi superdotada inteligencia. Y menos mal que es así, porque si los zombies fuesen como en Resident Evil o Zombieland, Zoey y yo no habríamos pasado ni de la esquina.

La cuestión es que conseguí que Zoey me acompañara, y una vez allí le enseñé "mi habitación":

- Será coña.
- ¿ Por qué lo dices? ¿Por la pantalla gigante o por el jacuzzi del baño?
- ¡¿Hay un jacuzzi en el baño?!

Después de un rato de admirar mi bien currada habitación, Zoey dijo:

- Vaya, es realmente impresionante. Tengo que admitir que no esperaba algo así...
¿Es esto House?
- Con contenidos extra.
- ¡Madre mía! No me lo puedo creer. Hacía meses que no...

Zoey paró de hablar de repente, como si pensara que estaba dando demasiada información a alguien a quien acababa de conocer.

- Está a punto de anochecer, así que si quieres podríamos tomar algo. Tengo restos de lasaña en la cocina. ¿Te apetece?
- Claro, por qué no.
- Por cierto, mi nombre es Richard.
- Encantada de conocerte, Richard. Mi nombre es Zoey.

Estaba realmente feliz de poder hablar con alguien que no estuviera hecho de hojas de papel. Terminamos la "cena", le ofrecí mi cama a Zoey y ella me dijo:

- No te preocupes, si total, tampoco tengo tanto sueño. Me sentaré un poco en el sofá y luego...

En menos de diez segundos se quedó frita del todo. La cogí y la tumbé en mi cama. Cerré las persianas y me tumbé en el sofá. Aunque la mayoría de la gente probablemente lo ignoraría, dormir es realmente importante para mantenerse en forma durante un apocalipsis zombi.

Viernes, 29 de julio del año 2011

Querido diario:

Qué decir qué suerte he tenido en encontrar a Zoey, es tan simpática, dulce... e increíblemente sexy. Sólo pensar en que ella pudiera marcharse, me entra tal depresión... No imagino lo que sería volver a estar aquí, sólo y marginado, sin alguien tan guay como Zoey. ¿He mencionado ya lo sexy que es? La verdad es que no se me ocurre qué más decir, sólo que intentaré ser con ella todo lo buena que pueda ser. Quiero decir, bueno. Porque soy un tío, sí. Eso es lo que soy.

Vale, está bien. No soy Richard. Soy Zoey. Pero aún así, me gustaría escribir lo que he hecho hoy. Hace tiempo que no escribo en un diario, y me hace mucha ilusión hacerlo. Son las cuatro de la mañana. Mi últimamente bastante habitual insomnio (principalmente, por eso de haber estado unos tres meses escapando de la muerte por los pelos) ha hecho que me despierte, y no me puedo volver a dormir. Richard está dormido, y no creo que le importe que escriba aquí un poco mientras él está en el país de los sueños. Y si no, que hubiera buscado un sitio mejor para esconderlo.

La verdad es que, aunque me cueste admitirlo, aquí estoy muy bien. Al principio desconfiaba de Richard, como del resto del mundo (toda precaución es poca en un mundo lleno de zombis), pero hoy me ha demostrado, sin duda, lo contrario. Creo que ahora viene la parte en la que describo aquello que me ha pasado a lo largo del día, ¿no? Pues allá va.

Resulta que serían sobre las diez de la mañana, cuando mis ojos por fin se abrieron. Me di cuenta de que había dormido de un tirón (cosa bastante rara en mí),y me desorienté un poco al darme cuenta de que me había despertado en un lugar diferente de donde me dormí. Pensé que, si tanto tiempo había estado dormida y Richard seguía allí, es que no había huido con sus cosas ni nada de eso. Aunque, por otro lado, habría sido bastante complicado huir con la pantalla gigante y todo lo que allí tenía a cuestas.

Me levanté despacio, pues de otra forma podría haberme mareado (ya me había pasado otras veces). Me dirigí hacia donde supuse estaría Richard, al salón, pero no había nadie allí. Aquello me sorprendió negativamente. ¿Y si aquel lugar no era tan seguro como Richard le había dicho?¿Y si se había colado alguno de esos numerosos bichos mutantes que pululaban por todo el mundo? Cogí una silla, y me dirigí a la cocina. Se oían ruidos allí.

Cuando estaba a punto de llegar, oí que alguien o algo se acercaba a mí, avancé un par de pasos y arremetí con todas mis fuerzas. Y acerté de pleno, pero con un pequeño fallo de cálculo. No era ningún bicho mutante, sino Richard. Y el pobre estaba en el suelo, muriéndose de dolor. Al lado de un plato, roto, con restos de lo que parecía bacon y huevos repartidos por el suelo.

- ¡Dios mío, Richard! ¡Lo siento! Pensaba que eras uno de esos asquerosos mutantes.
- Te...había...hecho...el...desayuno.

Parecía como si le costara horrores respirar, y no digamos hablar. Menuda paliza que le había dado al pobre. Me sentía fatal elevado a fatal. No solo no se había ido, sino que además me había hecho el desayuno. Y yo desconfiando de él.

Después de un rato, conseguí que Richard se encontrara mejor e hice yo el desayuno. Caray, si es que este tío tiene de todo. Volví a hacer los huevos con bacon, pero esta vez para dos. Y se los llevé a Richard, que estaba sentado a la mesa del "salón".

- De verdad que lo siento, Richard, yo...
- No, no. Es igual. Supongo que es normal que aún no confies en mí del todo-
- Eso no es verdad, sólo creo que...
- Necesito hacer una cosa, Zoey, y quiero preguntarte si me ayudarías con ello.
- Depende, ¿de qué se trata?
- Vamos a dar una vuelta por la ciudad.
- ¿Qué?¿Estás loco? Ni de coña, yo de aquí no me muevo.
- Pero si nos lo pasaremos genial, y además será el único modo de que...-Richard hizo una pausa, mirando por la ventana-.
- ¿De qué?- pregunté-.
- De que confies en mí.

La verdad es que estaba un poco asustada. No sabía a dónde pretendía ir Richard exactamente, pero supuse que la única forma de averiguarlo sería ir con él. Así que eso es lo que hice. Naturalmente, cuando él yo salimos no lo hicimos por la puerta principal, sino por una especie de "camino alternativo" que se había hecho. Pero aún así, pude ver de nuevo el nombre de aquel edificio. Richard llevaba tres meses alojado en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad: el JW Marriott. Yo soy de fuera, pero aún así recuerdo haber escuchado el nombre en más de una ocasión. Un pedazo de edificio con 21 plantas y lleno a rebosar de suites (de ahí todo lo que Richard tenía en "su" habitación).

Estábamos en el centro de los Ángeles. Richard conducía una especie de camioneta destartalada,y yo seguía igual de acojonada que al principio. Ser superdotado no siempre conlleva ser sensato.

- Te reto.
- ¿Qué? ¿A qué?
- A ver quien mata más zombis.
- Sí, hombre.
- Créeme. Es una muy buena forma de desahogarse.
- ¿Y si digo que no?
- Entonces ese asqueroso zombi de ahí al lado te matará en un par de minutos, como mucho.
- Está bien, pero que conste que no me hace ninguna gracia.
- Quien pierda, friega los platos.Aunque, dado que probablemente tendré más práctica que tú, te daré algo de ventaja. Aunque aún así..., yo de ti no me haría muchas esperanzas.
- Eso ya lo veremos-dije, al tiempo que le volaba los sesos a aquel zombi que se me acercaba.
- Vaya, no está mal. El tiempo empieza...¡ya!

Richard y yo salimos corriendo, cada uno en una dirección. Avanzábamos por calles paralelas (lo cuál ayudaba a no matarnos accidentalmente el uno al otro). Había zombis por todas partes. Yo los provocaba pasando por su lado para que me persiguieran y luego me los cargaba. La verdad es que he de admitir que Richard tenía razón. Matar zombis es una muy buena manera de desahogarse. Además, a la larga, sale más barato que un psiquiatra. Disparo por allí, disparo por allá... No se me escapaba ninguno. Llevaba ya 37, según mis cuentas.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que me había atrapado a mí misma en un callejón sin salida. Aún me quedaban un par de balas, pero no eran ni mucho menos suficientes para la docena de zombis que se acercaban peligrosamente hacia mí. Apunté de la mejor manera que pude, pero sólo conseguí derribar a tres. De pronto, me fijé en un barril, que parecía de gasolina. Recé para que lo fuera, y disparé. Al instante, el barril explotó, abrasando a todos y cada uno de los zombis. O al menos eso pensaba.

Un extraño ruido hizo que me girara, para encontrarme cara a cara con uno de esos horribles monstruos. Quería escapar, pero el callejón era estrecho, y por muy lento que fuera el zombi jamás conseguiría huir de él sin que me mordiera, lo cual significaría mi muerte.

No sabía qué hacer. El zombi se acercaba, ya estaba a sólo un par de metros de mí. Unos segundos más, y todo habría acabado. Y entonces... un sonoro disparo se escuchó en el callejón, y el zombi cayó. Cuando lo hizo, pude ver que Richard estaba detrás.

- Recuento final:50-dijo mientras se acercaba, riéndose-. Ah, y me debes una.

Me hubieran dado ganas de dejar que se lo comiera, pero era el único ser humano en kilómetros y kilómetros a la redonda. E, inexplicablemente, aquel tío empezaba a caerme bien. Así que, antes de que pudiera darse cuenta, le quité el arma y me cargué a un demasiado sigiloso zombi a sólo unos segundos de morderle.

- Yo diría que no.

Al final, fue Richard quien se ofreció a fregar los platos. Viva el poder de persuasión femenino.
- Aquí tienes-me dijo Richard, mientras me daba un bocadillo de lomo-.
- Gracias-.

Sin duda no se esperaba que fuera yo quien acabara salvándole la vida, pero la verdad es que no pareció afectarle demasiado. Después de un largo rato de silencio, él habló.

- ¿Sabes? En realidad, mi vida no ha cambiado tanto en estos últimos meses. Quiero decir, hasta que llegaste tú, claro.
- Ya, seguro.
- No, en serio. Mira, Zoey, yo... nací huérfano, y me crié en un internado de mierda.
- Oh, vaya. Menuda suerte.
- Cuando esto empezó, tuve que escapar de allí y refugiarme en el sitio más seguro que pudiera encontrar. Y, aunque te parezca extraño, los primeros días que pasé aquí encerrado casi sentí alivio.
- ¿Qué?¿Por qué?
- Porque pensaba que no tendría que volver a preocuparme por lo que la gente pensara de mí, por lo que dijeran de mí. No sé si lo habrás notado, pero me cuesta algo relacionarme con la gente.
- No te creo. Y si eso es verdad, te aseguro que conmigo no es así. Y con esto quiero decir que no creo que seas tímido, simplemente te cuesta relacionarte con la gente cuando no te das suficiente tiempo para conocerla, o sencillamente no muestras interés alguno en averiguar lo que sienten, lo que piensan...
- O sea, siempre.
- ¡No! Claro que no. Escucha, Richard, ¿por qué...? ¿por qué no me preguntas algo, cualquier cosa? Así te demostrarás a ti mismo de lo que eres capaz.
- Tal vez tengas razón. Y qué tal "¿de dónde vienes?".

Sentí como si me hubieran clavado un puñal en el corazón al recordar la razón por la que había llegado hasta allí. Y Richard pareció notarlo, pues al instante dijo:

- Vaya, lo siento. No... No pretendía...
- No, no importa. Es una muy buena pregunta, es solo que... me ha recordado al pasado.
- Si quieres, podríamos ir a ver algo en la tele, o si estás cansada...
- No, nada de eso. Te lo voy a contar, Richard. Siento que te lo debo.

- Era un 25 de abril de este año. Mi cumpleaños. Por aquel entonces yo vivía con mi familia en un tranquilo pueblo, al oeste de Minnesota. Habia quedado con unas amigas para salir por ahí de fiesta, aunque había prometido a mis padres que estaría de vuelta en casa a las ocho para poder celebrarlo en familia-notaba cómo me costaba hablar,y la garganta se me secaba, cada vez más-. Pero me lo estaba pasando tan bien con mis amigas que el tiempo voló, y cuando me quise dar cuenta ya eran las nueve. Así que volví a casa corriendo. Cuando entré por la puerta, pensaba que estarían a punto de echarme otra de esas pesadas broncas paternas.

Pero no había nadie. O al menos eso pensaba en un principio. Estuve un buen rato llamando. Nadie contestaba, así que me asusté. Pasé al salón para ver si había alguien. Y lo que vi quedó grabado en mi memoria para toda la vida. Estaban muertos. Todos. Y un zombi se estaba comiendo lo que quedaba de mi hermano.En cuanto me vio y se giró, me entró tal ataque de rabia que me lancé contra él, sin pensar. Le di un lamparazo que lo dejó tieso. Y el muy idiota fue a levantarse y apoyó los dedos en el enchufe.

Me senté en el suelo, justo al lado de los cuerpos de mis padres, y mi hermano. No podía creerlo. Contemplé sus rostros, ya sin vida, y rompí a llorar. Me maldije una y otra vez por no haber estado allí. Pero ahora que estaba, era tarde. Ya nada podría salvarlos, y todo por mi culpa.

Cogí la escopeta de papá y les pegué un tiro en la cabeza a cada uno, sin mirar, para asegurarme de que por lo menos no se convirtieran en uno de ellos. Subí a mi cuarto, recogí y me guardé todo lo que pude en el menor tiempo posible. Me cogí algo de comida, bebida y dinero, aunque no pensé que me fuera a servir de mucho. Y me fui. A punto estaba de cerrar la puerta cuando recordé algo.

La fotografía que los cuatro nos hicimos en nuestro viaje a Madrid, en la Puerta del Sol, haría unos dos años, colgada en la pared de la entrada. Me dirigí hacia ella, la observé unos instantes y decidí guardármela también. Volví a abrir la puerta, y eché un último vistazo a lo que antaño fue mi hogar. Cerré la puerta.

Y no miré atrás.

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