Capítulo 1


Domingo, 17 de julio del año 2011

Hola. Me llamo Richard Richards. Lo sé, parece una redundancia. He empezado este diario porque, sinceramente, me aburro. Y es que no hay muchas cosas que hacer en un apocalipsis zombie.

Todo empezó cuando a un estudiante de biología súper fan de Resident Evil le dio por experimentar con un puñado de microorganismos para ver si realmente era posible crear un virus similar al virus mutante T, que no sólo mata sino que además convierte a los muertos en vivos otra vez. Aunque eso sí, algo desfigurados. Y con hambre. Mucha, mucha hambre. Principalmente, de carne y vísceras. La cuestión es que resultó que sí que era posible. Y aquí estoy, tres meses, dos semanas y cinco días después.

La verdad es que, al contrario que a la mayoría de la gente, a mí me ha resultado bastante fácil sobrevivir. Básicamente por dos motivos: mi buena puntería (de hecho, en el láser tag siempre ganaba) y el hecho de que soy huérfano, además de un inadaptado social de primera categoría.

Cuando todo esto se veía ya venir, me aseguré de acumular la mayor cantidad posible de alimentos, y buscar un buen lugar para esconderme: en lo alto de un gran rascacielos, resistente a los temporales y una gran fortaleza, genial para resistir ante los muertos vivientes. Un rascacielos es sin duda el mejor sitio para sobrevivir (una vez has matado a todos los zombies de dentro, claro y has bloqueado la entrada disimuladamente sin que ningún no- muerto te vea). Ah, y mejor si tienes algún ambientador. Los muertos apestan. Creedme, es mucho más fácil de lo que parece. O al menos si llevas una buena arma.



                            


Martes, 19 de julio del año 2011

Querido diario,

Todo igual de monótono que siempre. Ayer fui a dar un paseo por los pisos inferiores y descubrí un pasadizo que probablemente sea de esos construidos en los años 20 y 30 del pasado siglo. Un día de estos iré a investigar (es que ayer me daba mucha pereza).

Me pregunto cuántos supervivientes habrá por ahí como yo. En realidad, no tengo ni idea de hasta donde llegó todo esto, pues las noticias dejaron de llegar a la zona cero poco después del estallido de la infección. Ah, sí. Se me olvidaba. Estoy en la zona cero: Los Ángeles.

Aunque para mí en realidad las cosas hayan cambiado más bien poco (salgo por ahí y me relaciono con la gente más o menos con la misma frecuencia que antes), me gustaría descubrir a alguien más ahí fuera, alguien con quien poder hablar o al menos con el que poder estar sin que te mire como a una big mac con bacon y salsa barbacoa después de una semana sin comer. Por eso me paso horas mirando a través de un telescopio en la planta 19 (donde paso la mayor parte del tiempo), por la ventana, esperando ver a alguien. Alguien vivo.

Viernes, 22 de julio del año 2011

Querido no-diario,

Dudo que pueda escribir todos los días, pues la verdad es que últimamente no estoy demasiado inspirado. Además, me he viciado a House (¡todavía no puedo creer que Foreman le haya robado el trabajo a Cameron! Será cabrón…). Y a vuestra próxima pregunta contestaré: sí, tengo electricidad. Es una de las ventajas de vivir en un rascacielos. Tienen tal cantidad de energía almacenada que, incluso cuando el suministro de energía por parte de la central de la ciudad terminara, aún podrían quedarme días, o incluso semanas, para agotarlo todo. Así que de vez en cuando, durante la compra mensual, me paso por la sección de cine y series y me cojo algo. El entretenimiento es imprescindible para afrontar situaciones como estas.

Además, hay algo que todavía no os he dicho. Soy algo superdotado. Sí, en serio. Y es por eso que pude desviar toda esa cantidad de energía hacia mi “habitación”, en la planta 19. Aún queda mucho para que se agote, pero aún así en estas circunstancias, en las que cada día podría ser el último, lo mejor es disfrutar cuanto se pueda. Ya me preocuparé de los problemas en otro momento.

Domingo, 24 de julio del año 2011

Hoy he tenido un sueño. Hacía meses que no los tenía, desde antes de la infección. En él aparecía una chica, de pelo castaño, largo y ondulado. Y pedía a gritos mi ayuda, pero por más que lo intentaba no podía salvarla, y los zombies se acercaban. Ella estaba atrapada y yo no podía hacer nada, más que esperar a que los zombies llegaran a devorarla, delante de mis propias narices.

Desperté sobresaltado, sudando. Y cansado. Si ya me costaba dormir de normal, ahora ni os cuento. Y para colmo, pesadillas. Como si lo que hay ahí fuera no fuese suficiente. Dios… si al menos supiese que hay alguien más …

La verdad es que siempre me ha gustado estar sólo. Pero después de más de tres meses sin ver a nadie… empiezo a echar de menos a la gente.

Miércoles,27 de julio del año 2011

Hoy ha ocurrido algo increíble. Había salido a hacer la “compra mensual” a un supermercado no lejos de aquí, cuando de repente oí el ruido de una moto.

En una mañana normal, antes de que todo esto pasara, no me habría extrañado nada, pero ahora… “¡Sí! Otro superviviente, como yo”-pensaba-. A no ser, claro, que los zombies hubieran aprendido a montar en moto, cosa que me resultaba bastante difícil de imaginar. Dejé mi cesta de la compra, saqué mi pistola y fui a la calle a asomarme.

No lo podía creer. Una chica, morena y con el pelo a la altura de los hombros, vestida con vaqueros y chaqueta de cuero, bajaba de su moto, apoyando el caballete en el asfalto. Yo, mirándola sigilosamente desde detrás de un coche destrozado. Pero el móvil se me cayó al suelo (sí, llevo móvil, ¿vale? Nunca se sabe) y me agaché a recogerlo. Cuando me levanté, ella me estaba apuntando con un pedazo de escopeta.

- ¡Eh!-grité, aún sabiendo que aquello era como una señal de aviso para todos los zombis de la zona-. ¡No dispares! ¡Mira, soy humano, no zombi! ¡No estoy infectado!

Aunque algo acojonado, salí de detrás del coche y tiré la pistola al suelo, como en señal de paz. Por fin, ella habló.

- Está bien, no te dispararé, pero deja de hacer esas muecas tan extrañas, y apártate para que pueda seguir mi camino.
- De acuerdo, pero si quieres te puedo enseñar mi guarida, es un rascacielos, no muy…
- ¿Qué? ¿Qué te hace pensar que confío en ti lo suficiente como para que me enseñes “tu guarida”?
- Pues yo creo que deberías, principalmente por tres razones: los zombies deben estar al caer, está empezando a anochecer y no hay nada más que muertos vivientes en al menos cinco quilómetros a la redonda. Ah, y no te queda gasolina.
- ¿Qué? ¿Pero cómo…?
- Escucha: sígueme, tengo comida, electricidad e incluso agua. Además- añadí, algo sarcásticamente -, francamente creo que confiaría más en el tío que ha soltado el arma que en la tía que me está apuntando con una.
- Está bien, iré. Pero que conste que a la mínima sospecha de algo malo me largo.
- No esperaba menos.

Así que nos alejamos corriendo hacia la zona donde vivía. Estaba tan eufórico por haber encontrado a alguien que me olvidé de la cesta de la compra. Bueno, ya volvería otro día .No creo que nadie se la lleve.

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